“El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús…
Nosotros somos testigos de estos acontecimientos”… (Hch 5, 30, 32)
Como en la noche de Pascua y con la misma fuerza y alegría, anunciamos la Resurrección del Señor. Nuestro pueblo ha participado masivamente en las celebraciones de la Semana Santa y se ha sentido profundamente identificado con el misterio del dolor, la cruz y el sufrimiento a través de signos de la fe sencilla y espontánea.
De manera particular ha experimentado y celebrado el gozo de la vida nueva que ha comenzado en el Resucitado. Al igual que la primera Iglesia, nuestras comunidades tienen la convicción de que “el Dios de nuestros padres resucitó a Jesús” y no ha permitido que permaneciera en la muerte. La palabra definitiva no la tiene la muerte ni el sepulcro, la tiene Dios.
Testigos del Resucitado
Como Iglesia, también “nosotros somos testigos de estas cosas” y estamos enviados a compartir la belleza de la vida, el gozo de ser cristianos y la seguridad que nos da la esperanza en Jesucristo. Si es urgente manifestar nuestra fe en la Vida Nueva que hemos celebrado, es también necesario denunciar todo aquello que degrada al ser humano y se opone a que renazca el perdón, la alegría, la paz y la fiesta que nos trae el Señor.
El Sí de Dios a la vida celebrado en la Pascua, nos anima y fortalece para luchar por la defensa de una vida en plenitud, desde su concepción hasta la muerte natural. Por eso la Iglesia rechaza firmemente las leyes que se oponen a la vida que nace del amor de Dios.
Degradación de la convivencia social
No podemos menos de hacer referencia a la situación de deterioro social que nos envuelve: violencia, conflictos, bloqueos y miedo, que denotan una pérdida de valores espirituales y humanos, de principios éticos y morales, que han sido y son parte de nuestra identidad cultural y de nuestra historia. Constatamos la permanente degradación de la convivencia pacífica entre las comunidades y los pueblos y la devaluación del respeto por el diferente, de la solidaridad, del sentido comunitario y del valor sagrado de la familia.
En nuestra carta pastoral: “El universo don de Dios para la vida” afirmábamos que el problema del TIPNIS nos ha hecho reconocer y tomar conciencia “con más claridad, que la protección de la casa común es principalmente un problema ético y moral”. A partir de esta óptica, reafirmamos que los pueblos indígenas, como todos los sectores, tienen el derecho a expresar libremente y con medios pacíficos, como es una marcha, sus legítimas aspiraciones. Esperamos que se eviten iniciativas que buscan dividir a los mismos pueblos, provocar enfrentamientos y fundamentalmente falsear la verdad. Una vez más reafirmamos con fuerza que el único camino es el diálogo franco, sincero y transparente, con miras al bien común.
Nos alarma también el tema de la justicia y la manipulación de la misma por las arbitrariedades que se dan con frecuencia, incluso para atacar a los adversarios políticos y líderes que piensan diferente. En nuestras visitas a las cárceles hemos sentido los reclamos por la retardación de justicia, una realidad conocida también por la opinión pública. Muchos hermanos sufren una prolongada detención preventiva más allá de los plazos previstos por la ley, privándoles del derecho a ser juzgados con transparencia y recibir una sentencia justa.