“BUON GIORNO, BUONA GENTE”




El pueblo de Poggio Bustone se halla enclavado en la ladera de una montaña, a unos 750 mt.s.m. Desde esa población se obtiene un amplio panorama sobre el valle de Rieti. Por las calles de este pueblo pasó  San Francisco saludando a todos sus habitantes con el famoso “buon giorno, buena gente” – “Buenos días, buena gente”. Estamos hablando del año 1209.

La hermosa leyenda que nos narra el saludo de San Francisco a los habitantes de Poggio Bustone y que ha quedado consagrada en la costumbre popular de pregonar cada año el “BUON GIORNO, BUONA GENTE”, nos brinda una buena ocasión para reflexionar sobre dos dimensiones de la paz.

En efecto, si es vocación específica de cada uno de nosotros “anunciar la paz a los hombres”, este anuncio no se puede reducir a consignas o a determinados estereotipos institucionales. Más aún, para ser verdaderos “mensajeros de paz” es necesario ser previamente testigos de la paz.

La primera dimensión nos exige ser HOMBRES DE PAZ y HOMBRES EN PAZ. El “buon giorno, buona gente” supone una bondad interior capaz de transmitirse, con poder de comunicar a través del porte y de la vida, una imagen atrayente de Dios.

La segunda dimensión es complementaria de la primera y consiste en creer de verdad que la gente es buena. Si no existe un clima de confianza suficiente que no lleve a creer en la bondad del otro, todo esfuerzo o trabajo por la paz se queda sin fundamento.

Algo más todavía, San Francisco con una gran delicadeza de conciencia confiesa ante el pueblo que no ha ayunado, como tal vez algunos lo suponían. En su predicación él parte de la verdad sobre sí mismo. Esta enseñanza nos interpela: muchas veces enseñamos lo que no vivimos.


Estamos muy cerca de celebrar la fiesta de San Francisco de Asís y al mismo tiempo preparándonos para el III Aniversario del lanzamiento de la Misión Permanente con el lema: “Vicariato Misionero comparte la fe desde la Familia” (San Ramón, el sábado 20 de octubre), quizás es oportuno hacer una autoevaluación personal.

La fe no es tener a Dios a nuestro servicio, sino ponernos nosotros plenamente a disposición de Dios, fiándonos de él y acatando su palabra y su voluntad. La fe, don gratuito de Dios, lo es todo en la vida, porque nos da una luz que todo lo ilumina, porque es alegría, optimismo, fuerza de Dios que nos infunde el temple y el talante de Jesús, nos capacita para dar la cara por Cristo.

Sigue siendo verdad el antiguo aforismo teológico: La gracia de Dios presume la naturaleza del hombre, y no la destruye sino la perfecciona. Con una fe profunda y auténticamente vivida se nos hace mucho más fácil descubrir la verdad sobre nosotros mismos, esto nos ayudará a presentar siempre una imagen atrayente de Dios, en un clima de confianza que nos llevará a creer cada vez más en la bondad de otros para ser verdaderos “mensajeros de paz”.
“Buon giorno, buona gente”.

P. Bernardo Falkus OFM