Queridas/os amigas/os:
De vuelta a casa, traigo en el corazón una deuda de gratitud. Vuestras llamada, los e-mailes, las visitas al hospital… han sido ese gesto de cariño que tiene más poder de “restauración” que tantos sueros y antibióticos como he visto colgados entrando en vena.
Durante estos días, en muchas ocasiones, me habéis preguntado: ¿Cómo estás o cómo te sientes? La verdad es que estas preguntas se pueden referir al estado físico o ir más allá. Comparto con vosotros el más allá.
Recuerdo que cuando era niña, casi todos los fines de semana, viajábamos a un pueblo cercano a Madrid. Para llegar, había dos alternativas. Escogiendo una de ellas se atravesaba un pequeño túnel. En seguida una desviación a la derecha y, después de unos ocho kilómetros, ya habíamos llegado.
Atravesar el túnel era algo mágico. Yo tenía la impresión de que, al cruzarlo, se escuchaban voces interiores, palabras balbucientes que no se podían descifrar porque el paso era demasiado breve. Cuando el túnel es largo puede llegar a mostrar dos paisajes totalmente diferentes. Pero no era este el caso. A penas emergía el susurro, se silenciaba con un dato de realidad: “estamos llegando…”
Los susurros de los túneles tienen mucho que ver con esas palabras que pronunciamos muy a menudo, pero siempre de “puntillas”: muerte, sufrimiento, miedo, fracaso… Sabemos su significado, intuimos su alcance pero está claro que no responde a nuestras aspiraciones y tenemos resistencia a dejarnos conducir hacia el misterio.
Han pasado los años y, la carretera actual, no tiene nada que ver con la de entonces. Incluso ya no hay túnel. Se puede llegar al destino sin la magia de los balbuceos.
Quizá todo esto sintetice bien la experiencia que ha vivido. Escuché por demasiado tiempo que la vida era un puente (un túnel) entre dos orillas, que hay un antes y un después. Ahora creo sinceramente que todo es camino. Así, también, lo encuentro expresado en Jesús de Nazareth: “Vamos subiendo a Jerusalén…” En algunos recodos del camino, tenemos la oportunidad de acercarnos al misterio y todo se relativiza. Sólo queda el Amor.
El amor que me habéis dejado sentir y que tanto os agradezco. El amor trabajado, recreado, expresado, compartido, vinculado. El amor que nos dio a luz un día y desde entonces, entre vueltas y revueltas, encuentros y desencuentros, nos va simplificando. El amor manifestado en este “guiño” con el que Dios ha venido a decirme: “No estamos distantes”.
De vuelta a casa, traigo en el corazón una deuda de gratitud. Vuestras llamada, los e-mailes, las visitas al hospital… han sido ese gesto de cariño que tiene más poder de “restauración” que tantos sueros y antibióticos como he visto colgados entrando en vena.
Durante estos días, en muchas ocasiones, me habéis preguntado: ¿Cómo estás o cómo te sientes? La verdad es que estas preguntas se pueden referir al estado físico o ir más allá. Comparto con vosotros el más allá.
Recuerdo que cuando era niña, casi todos los fines de semana, viajábamos a un pueblo cercano a Madrid. Para llegar, había dos alternativas. Escogiendo una de ellas se atravesaba un pequeño túnel. En seguida una desviación a la derecha y, después de unos ocho kilómetros, ya habíamos llegado.
Atravesar el túnel era algo mágico. Yo tenía la impresión de que, al cruzarlo, se escuchaban voces interiores, palabras balbucientes que no se podían descifrar porque el paso era demasiado breve. Cuando el túnel es largo puede llegar a mostrar dos paisajes totalmente diferentes. Pero no era este el caso. A penas emergía el susurro, se silenciaba con un dato de realidad: “estamos llegando…”
Los susurros de los túneles tienen mucho que ver con esas palabras que pronunciamos muy a menudo, pero siempre de “puntillas”: muerte, sufrimiento, miedo, fracaso… Sabemos su significado, intuimos su alcance pero está claro que no responde a nuestras aspiraciones y tenemos resistencia a dejarnos conducir hacia el misterio.
Han pasado los años y, la carretera actual, no tiene nada que ver con la de entonces. Incluso ya no hay túnel. Se puede llegar al destino sin la magia de los balbuceos.
Quizá todo esto sintetice bien la experiencia que ha vivido. Escuché por demasiado tiempo que la vida era un puente (un túnel) entre dos orillas, que hay un antes y un después. Ahora creo sinceramente que todo es camino. Así, también, lo encuentro expresado en Jesús de Nazareth: “Vamos subiendo a Jerusalén…” En algunos recodos del camino, tenemos la oportunidad de acercarnos al misterio y todo se relativiza. Sólo queda el Amor.
El amor que me habéis dejado sentir y que tanto os agradezco. El amor trabajado, recreado, expresado, compartido, vinculado. El amor que nos dio a luz un día y desde entonces, entre vueltas y revueltas, encuentros y desencuentros, nos va simplificando. El amor manifestado en este “guiño” con el que Dios ha venido a decirme: “No estamos distantes”.
Todo esto da mucha alegría y deja mucha paz. Nunca seremos los mejores ni los peores; nunca llegaremos antes ni después. Ya estamos: “en Él vivimos, existimos y somos”.
Físicamente voy estando mejor. Yo diría que bien, pero tengo miedo a equivocarme porque siempre hay quien sabe más y me advierte de riesgos y peligros. De momento tengo dos meses por delante para reponerme. Después – también me habéis preguntado -, regresaré a Bolivia. Pero está claro que los planes son sólo una estrategia para seguir en el camino. Por lo menos, el aquí y el ahora, me deja saborear el regalo de estar con mi madre y alimentarme de su vida, que no hay realidad más vinculante que la de ser hijo.
Lo dicho: gracias y un abrazo grande para cada una/o.
Hna. Blanca.