IN MEMORIAM


“Se han separado de nosotros para que su amor, al entrar en Dios, nos sea más cercano”

Hemos localizado al Dr. Orlando Pérez, para recoger estos testimonios de primera mano sobre el P. Rainer.

Preocupado por la salud del Pueblo
Cuando el P. Rainer llegó a la Colonia Berlín (1987) había 36 poblados de gente proveniente del interior del país. Era una población grande sin ningún tipo de asistencia médica. Muchas personas morían de cólera, tuberculosis y tétanos postnatal (los recién nacidos), por  falta de higiene al cortar el cordón umbilical.
 El P. Rainer detectó en seguida que este era un gran problema, por lo que buscó al Doctor, quien junto a su esposa, se ofrecieron para realizar el trabajo.
De ese modo construyó la posta sanitaria y se ocupó del salario del médico y de su mujer, que actuaba de enfermera. Si era preciso, él iba a buscar a los pacientes  y no dudaba en cancelar las recetas médicas, porque la pobreza de la zona era extrema. Se salvaron muchas personas  de cólera. No recuerdan que a partir de entonces,  muriera  nadie más. Algunos les llegaron a poner hasta 25 litros de suero en vena… El Estado no colaboraba en nada, todo era generosidad del Padre y de los pequeños aportes  de las familias.

Atento por la formación integral de la mujer
A la mujer le dedicó especial atención, a través de los clubes de madres,  atendidos por las Hermanas de la “Compañía de Santa Teresa de Jesús”, recientemente llegadas a trabajar en la pastoral parroquial.
Con  ellas coordinaba las visitas a los distintos poblados. Él solía hacer los recorridos en bicicleta, porque el ejercicio físico  le ayudaba a vencer las secuelas que le había dejado la “polio”. Incluso enseñó al doctor a manejar y,  cuando se despidió de la parroquia le regaló su bicicleta,  como gesto de cariño y amistad. Hemos podido ver varias fotografías dedicadas al doctor, ya desde Alemania, en las que le recomienda que no se olvide de educar a las mujeres en la higiene y prevención de la salud.

Apoyando la educación
En la educación no escatimó esfuerzos, Pagaba el sueldo a distintos maestros con el fin de que los niños estuvieran escolarizados. Muchos de ellos no acudían a la escuela, siendo todavía de poca edad, porque no había maestros que les atendieran… Y no faltaba la inversión en libros, cuadernos, lápices  y pinturas de colores para que no fueran sin herramientas de trabajo al colegio.
Cuando se daba cuenta que una familia atravesaba una situación difícil, él se brindaba a acompañarles y compartir la “carga”, por eso se constituyó en el padrino de bastantes niños que llevan incluso su nombre. Especialmente se ocupó de Don Andrés Galarza, un padre de familia con dos hijos pequeños, quien a los 23 años cayó de un árbol y quedó parapléjico.
Entre los dos nació una gran amistad.  A causa de las inundaciones, se tuvo que evacuar a Don Andrés y  vivió hasta la muerte, en casa de las Hermanas de Teresa de Calcuta;  a los hijos se les ingresó en un Hogar de P. Salesianos.
El P. Rainer, le  enviaba de vez en cuando donativos, que celosamente guardaba Don Andrés  para cuando sus hijos fueran mayores, comprasen una casita. En la actualidad los hijos disponen de una casita y son profesionales, sobre todo, son unos jóvenes muy buenos y agradecidos, comprometidos en la fe y solidarios con las necesidades que descubren a su alrededor

Hombre caritativo
Al preguntar al Doctor, lo primero que le ha salido ha sido: “supo hacerse uno de nosotros, se adaptó al medio, vivía muy pobremente. La noche que yo llegué, como no había luz no me di cuenta, pero me mostró la cama con mosquitero para que pasara la noche… Cuando amaneció vi que él había dormido en el suelo…  No hacía problema  de comer con la mano o de ir a la bomba a sacar agua… Cuando llegaba a buscar agua, además de llenar su garrafa, abastecía a toda la fila de mujeres que esperaban su turno…” (Memoria del Dr. Orlando Pérez).

Hombre de oración
“Y todo aquello gracias a su espíritu contemplativo. Fue hombre de oración. En su humilde casa, junto a la cruz de San Damián, ardían las velas; En este sagrado lugar contemplaba al Buen Pastor y de Él aprendía el amor al Pueblo. Algunas veces, al inicio, visite con él las comunidades de la parroquia de El Carmen; se desvelaba para saludar a la gente y ser amable con todos. (Solo trabajaba en la parroquia unos tres años (1987 al 1990), pero sus huellas perduran y quedarán por muchos años en la memoria y en el corazón del Pueblo de Dios”
Mons. Antonio B. Reimann,  ofm