San Francisco Javier (1506-1552)



Son pocos quienes tienen el corazón tan grande como para responder a la llamada de Jesucristo e ir a evangelizar hasta los confines de la tierra. San Francisco Javier es uno de esos. Por eso es llamado: "El gigante de la historia de las misiones" y el Papa Pío X lo nombró patrono oficial de las misiones.

Francisco nació en 1506, en el castillo de Javier en España. En la Universidad de París conoció a Ignacio de Loyola que le repetía la frase de Jesucristo: "¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si se pierde a sí mismo?". Al fin logró que Francisco se apartara un tiempo para hacer un retiro espiritual y quedó profundamente transformado por la gracia de Dios. Comprendió que: "Un corazón tan grande y un alma tan noble no pueden contentarse con los efímeros honores terrenos. Tu ambición debe ser la gloria que dura eternamente".

Francisco Javier partió a las misiones en 1541, como nuncio apostólico en el oriente. No aceptó más que un poco de ropa y algunos libros y no quiso llevar a ningún criado.

Llegó a Goa, el 6 de mayo de 1542. Había bastantes cristianos, pero lamentablemente muchos se habían dejado arrastrar por la ambición y los vicios, hasta abandonar la fe. Asistía a los enfermos y a los presos, recorría las calles tocando una campanita para llamar a los niños y a los esclavos al catecismo que acudían en gran cantidad y Javier les enseñaba las oraciones.

Meses más tarde, Javier partió en auxilio de la tribu de los paravas, aprendió el idioma nativo y se dedicó a instruir y confirmar a los ya bautizados. Particular atención consagró a la enseñanza del catecismo a los niños. Los paravas, que hasta entonces no conocían siquiera el nombre de Cristo, recibieron el bautismo en grandes multitudes. A este propósito, Javier informaba a sus hermanos de Europa que, algunas veces, tenía los brazos tan fatigados por administrar el bautismo, que apenas podía moverlos.

Javier se adaptaba plenamente al pueblo con el que vivía, comía arroz y dormía en el suelo de una pobre choza. Nada podía desanimar a Francisco. "Si no encuentro una barca iré nadando". Deseaba contagiar a todos con su celo evangelizador. Se cuenta que en cierta ocasión, salió solo Javier al encuentro del enemigo, con el crucifijo en la mano, y le obligó a detenerse.

En 1545, San Francisco Javier partió para Malaca, donde fue acogido con reverencia y cordialidad, y tuvo cierto éxito en sus esfuerzos de reforma. Los dos años siguientes los pasó visitando ciertas islas en gran parte desconocidas. Javier regresó a la India en 1548 y pasó los siguientes quince meses viajando sin descanso para consolidar su obra y preparar su partida al misterioso Japón, en el que hasta entonces no había penetrado ningún europeo.

En 1549 desembarcó en Kagoshima. Se dedicó a aprender el japonés y logró traducir una exposición sencilla de la doctrina cristiana que repetía a cuantos se mostraban dispuestos a escucharle. Al cabo de un año, había logrado unas cien conversiones hasta que las autoridades le prohibieron que siguiese predicando. San Francisco Javier se trasladó a Hirado donde el gobernador acogió bien al misionero y en unas semanas pudo hacer más que en Kagoshima en un año. Posteriormente partió a Yamaguchi, donde tras un comienzo complicado, predicó con gran éxito y bautizó a muchas personas. Entonces decidió visitar sus comunidades cristianas en la India antes de hacer el deseado viaje a China. Los cristianos del Japón eran ya unos 2000.

A fines de agosto de 1552, junto a un joven chino llegó a la isla desierta de Sancián que dista unos 20 kilómetros de la costa. En noviembre, el santo se vio atacado por una fiebre. Entre los espasmos del delirio oraba constantemente. Poco a poco se fue debilitando hasta su muerte el sábado 3 de diciembre.

Diez semanas después, se procedió a abrir la tumba y descubrieron que el cuerpo se conservaba incorrupto. Fue trasladado a Goa donde todos salieron a recibirlo con gran gozo, y ahí reposa todavía, en la iglesia del Buen Jesús.

Javier fue canonizado en 1622, al mismo tiempo que Ignacio de Loyola, Teresa de Ávila, Felipe Neri e Isidro el Labrador.