Queridas Hermanas y Hermanos
Reciban mi saludo fraterno en este mes de preparación de la Pascua. Desde Miércoles de Ceniza, se nos ofrece una serie de medios: la limosna, la oración, el ayuno, la escucha de la Palabra de Dios y el sacramento de la Reconciliación. Todo eso tiene el único fin: el encuentro con Cristo vivo que entregó la vida por nosotros, ha resucitado, y nos comunicó su vida en el sacramento del Bautismo. Solamente con la fuerza del Espíritu del Señor, podemos vivir auténticamente nuestra conversión, que para mí significa la comunión con Dios y entre nosotros.
Hace poco tiempo recibí de Cochabamba una llamada telefónica: “Monseñor posiblemente no podemos llegar en la fecha indicada al Vicariato, porque el puente del Espíritu Santo en Chapare está roto”. Yo en este momento pensaba en otras realidades: ¡Cuántas veces no podemos entendernos a nosotros mismos, ni podemos llegar al prójimo y dialogar con el, porque algo en nosotros está roto!.
Cuaresma—Tiempo de renovación de las promesas bautismales
El tiempo de Cuaresma es un tiempo propicio de retomar nuestra amistad con El Señor, mediante la renovación de las promesas bautismales en la Vigilia de la Pascua..
Dejarnos nuevamente promover por el Espíritu del Señor para anunciar a nuestros hermanos que sufren, las Buenas Noticias de la Salvación en Cristo.
Les invito a profundizar esta verdad también mediante el Mensaje del Papa Benedicto XVI para la Cuaresma, cuyo texto abreviado publicamos a continuación (el mensaje entero va adjunto al Mensajero). Tomémoslo en cuenta, especialmente en estos días, cuando tantos hermanos sufren por las causa de los desastres naturales. Vale la pena recordar en este momento las palabras de Pablo apóstol que si sufrimos con Cristo, resucitaremos también con El a la vida eterna.
Nuestra solidaridad
De la Conferencia Episcopal de Bolivia me llegó una carta, donde se nos invita a lanzar una campaña de solidaridad con todas las personas que sufren las consecuencias y efectos de las intensas lluvias e inundaciones. (En la parte final del Mensajero tengo una propuesta para esta campaña).
Se acercan los días de carnaval y de carnavalito. Tengamos presente a tantas personas que sufren y no tienen lo esencial para vivir dignamente. Por eso les invito en nombre del Señor, a vivir la abstinencia, la limosna, y la oración, como signo visible de la comunión y solidaridad con ellos. De esta manera permitimos al Señor Resucitado que se haga presente en sus vidas.
Hasta el día de hoy recordamos con gratitud la generosa ayuda para los damnificados por el incendio en Ascensión de Guarayos (agosto 1999) y los damnificados por las aguas del Río Grande (febrero 2005).
Seamos también nosotros ahora generosos, sabiendo que si lo hacemos con amor, lo hacemos para el mismo Señor que sufre en ellos y nos dirá al final de nuestra vida: Estuve desnudo y me vistieron, con hambre y me alimentaron, enfermo y vinieron a verme.
Nuestra Madre, la Virgen María, mujer siempre dócil al Espíritu del Señor, nos ayude a restaurar nuestros puentes con Dios y entre nosotros en este tiempo de Cuaresma.
Que Él Señor les bendiga. Con afecto fraterno: +Antonio Bonifacio Reimann, OFM
MENSAJE DEL PAPA BENEDICTO XVI PARA LA CUARESMA 2011
Con Cristo sois sepultados en el Bautismo, con él también habéis resucitado» (cf. Col 2, 12)
Queridos hermanos y hermanas:
La Cuaresma, que nos lleva a la celebración de la Santa Pascua, es para la Iglesia un tiempo litúrgico muy valioso e importante, con vistas al cual me alegra dirigiros unas palabras específicas para que lo vivamos con el debido compromiso. La Comunidad eclesial, asidua en la oración y en la caridad operosa, mientras mira hacia el encuentro definitivo con su Esposo en la Pascua eterna, intensifica su camino de purificación en el espíritu, para obtener con más abundancia del Misterio de la redención la vida nueva en Cristo Señor (cf. Prefacio I de Cuaresma)….
Nuestro sumergirnos en la muerte y resurrección de Cristo mediante el sacramento del Bautismo, nos impulsa cada día a liberar nuestro corazón del peso de las cosas materiales, de un vínculo egoísta con la «tierra», que nos empobrece y nos impide estar disponibles y abiertos a Dios y al prójimo. En Cristo, Dios se ha revelado como Amor (cf. 1 Jn 4, 7-10).
La Cruz de Cristo, la «palabra de la Cruz» manifiesta el poder salvífico de Dios (cf. 1 Co 1, 18), que se da para levantar al hombre y traerle la salvación: amor en su forma más radical (cf. Enc. Deus caritas est, 12). Mediante las prácticas tradicionales del ayuno, la limosna y la oración, expresiones del compromiso de conversión, la Cuaresma educa a vivir de modo cada vez más radical el amor de Cristo. El ayuno, que puede tener distintas motivaciones, adquiere para el cristiano un significado profundamente religioso: haciendo más pobre nuestra mesa aprendemos a superar el egoísmo para vivir en la lógica del don y del amor; soportando la privación de alguna cosa —y no sólo de lo superfluo— aprendemos a apartar la mirada de nuestro «yo», para descubrir a Alguien a nuestro lado y reconocer a Dios en los rostros de tantos de nuestros hermanos. Para el cristiano el ayuno no tiene nada de intimista, sino que abre mayormente a Dios y a las necesidades de los hombres, y hace que el amor a Dios sea también amor al prójimo (cf. Mc 12, 31).
En nuestro camino también nos encontramos ante la tentación del tener, de la avidez de dinero, que insidia el primado de Dios en nuestra vida. El afán de poseer provoca violencia, prevaricación y muerte; por esto la Iglesia, especialmente en el tiempo cuaresmal, recuerda la práctica de la limosna, es decir, la capacidad de compartir. La idolatría de los bienes, en cambio, no sólo aleja del otro, sino que despoja al hombre, lo hace infeliz, lo engaña, lo defrauda sin realizar lo que promete, porque sitúa las cosas materiales en el lugar de Dios, única fuente de la vida. ¿Cómo comprender la bondad paterna de Dios si el corazón está lleno de uno mismo y de los propios proyectos, con los cuales nos hacemos ilusiones de que podemos asegurar el futuro? La tentación es pensar, como el rico de la parábola: «Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años... Pero Dios le dijo: “¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma”» (Lc 12, 19-20). La práctica de la limosna nos recuerda el primado de Dios y la atención hacia los demás, para redescubrir a nuestro Padre bueno y recibir su misericordia.En todo el período cuaresmal, la Iglesia nos ofrece con particular abundancia la Palabra de Dios. Meditándola e interiorizándola para vivirla diariamente, aprendemos una forma preciosa e insustituible de oración, porque la escucha atenta de Dios, que sigue hablando a nuestro corazón, alimenta el camino de fe que iniciamos en el día del Bautismo. La oración nos permite también adquirir una nueva concepción del tiempo: de hecho, sin la perspectiva de la eternidad y de la trascendencia, simplemente marca
nuestros pasos hacia un horizonte que no tiene futuro. En la oración encontramos, en cambio, tiempo para Dios, para conocer que «sus palabras no pasarán» (cf. Mc 13, 31), para entrar en la íntima comunión con él que «nadie podrá quitarnos» (cf. Jn 16, 22) y que nos abre a la esperanza que no falla, a la vida eterna.
En síntesis, el itinerario cuaresmal, en el cual se nos invita a contemplar el Misterio de la cruz, es «hacerme semejante a él en su muerte» (Flp 3, 10), para llevar a cabo una conversión profunda de nuestra vida: dejarnos transformar por la acción del Espíritu Santo, como san Pablo en el camino de Damasco; orientar con decisión nuestra existencia según la voluntad de Dios; liberarnos de nuestro egoísmo, superando el instinto de dominio sobre los demás y abriéndonos a la caridad de Cristo. El período cuaresmal es el momento favorable para reconocer nuestra debilidad, acoger, con una sincera revisión de vida, la Gracia renovadora del Sacramento de la Penitencia y caminar con decisión hacia Cristo.
Queridos hermanos y hermanas, mediante el encuentro personal con nuestro Redentor y mediante el ayuno, la limosna y la oración, el camino de conversión hacia la Pascua nos lleva a redescubrir nuestro Bautismo. Renovemos en esta Cuaresma la acogida de la Gracia que Dios nos dio en ese momento, para que ilumine y guíe todas nuestras acciones. Lo que el Sacramento significa y realiza estamos llamados a vivirlo cada día siguiendo a Cristo de modo cada vez más generoso y auténtico. Encomendamos nuestro itinerario a la Virgen María, que engendró al Verbo de Dios en la fe y en la carne, para sumergirnos como ella en la muerte y resurrección de su Hijo Jesús y obtener la vida eterna. Benedicto XVI
Reciban mi saludo fraterno en este mes de preparación de la Pascua. Desde Miércoles de Ceniza, se nos ofrece una serie de medios: la limosna, la oración, el ayuno, la escucha de la Palabra de Dios y el sacramento de la Reconciliación. Todo eso tiene el único fin: el encuentro con Cristo vivo que entregó la vida por nosotros, ha resucitado, y nos comunicó su vida en el sacramento del Bautismo. Solamente con la fuerza del Espíritu del Señor, podemos vivir auténticamente nuestra conversión, que para mí significa la comunión con Dios y entre nosotros.
Hace poco tiempo recibí de Cochabamba una llamada telefónica: “Monseñor posiblemente no podemos llegar en la fecha indicada al Vicariato, porque el puente del Espíritu Santo en Chapare está roto”. Yo en este momento pensaba en otras realidades: ¡Cuántas veces no podemos entendernos a nosotros mismos, ni podemos llegar al prójimo y dialogar con el, porque algo en nosotros está roto!.
Cuaresma—Tiempo de renovación de las promesas bautismales
El tiempo de Cuaresma es un tiempo propicio de retomar nuestra amistad con El Señor, mediante la renovación de las promesas bautismales en la Vigilia de la Pascua..
Dejarnos nuevamente promover por el Espíritu del Señor para anunciar a nuestros hermanos que sufren, las Buenas Noticias de la Salvación en Cristo.
Les invito a profundizar esta verdad también mediante el Mensaje del Papa Benedicto XVI para la Cuaresma, cuyo texto abreviado publicamos a continuación (el mensaje entero va adjunto al Mensajero). Tomémoslo en cuenta, especialmente en estos días, cuando tantos hermanos sufren por las causa de los desastres naturales. Vale la pena recordar en este momento las palabras de Pablo apóstol que si sufrimos con Cristo, resucitaremos también con El a la vida eterna.
Nuestra solidaridad
De la Conferencia Episcopal de Bolivia me llegó una carta, donde se nos invita a lanzar una campaña de solidaridad con todas las personas que sufren las consecuencias y efectos de las intensas lluvias e inundaciones. (En la parte final del Mensajero tengo una propuesta para esta campaña).
Se acercan los días de carnaval y de carnavalito. Tengamos presente a tantas personas que sufren y no tienen lo esencial para vivir dignamente. Por eso les invito en nombre del Señor, a vivir la abstinencia, la limosna, y la oración, como signo visible de la comunión y solidaridad con ellos. De esta manera permitimos al Señor Resucitado que se haga presente en sus vidas.
Hasta el día de hoy recordamos con gratitud la generosa ayuda para los damnificados por el incendio en Ascensión de Guarayos (agosto 1999) y los damnificados por las aguas del Río Grande (febrero 2005).
Seamos también nosotros ahora generosos, sabiendo que si lo hacemos con amor, lo hacemos para el mismo Señor que sufre en ellos y nos dirá al final de nuestra vida: Estuve desnudo y me vistieron, con hambre y me alimentaron, enfermo y vinieron a verme.
Nuestra Madre, la Virgen María, mujer siempre dócil al Espíritu del Señor, nos ayude a restaurar nuestros puentes con Dios y entre nosotros en este tiempo de Cuaresma.
Que Él Señor les bendiga. Con afecto fraterno: +Antonio Bonifacio Reimann, OFM
MENSAJE DEL PAPA BENEDICTO XVI PARA LA CUARESMA 2011
Con Cristo sois sepultados en el Bautismo, con él también habéis resucitado» (cf. Col 2, 12)
Queridos hermanos y hermanas:
La Cuaresma, que nos lleva a la celebración de la Santa Pascua, es para la Iglesia un tiempo litúrgico muy valioso e importante, con vistas al cual me alegra dirigiros unas palabras específicas para que lo vivamos con el debido compromiso. La Comunidad eclesial, asidua en la oración y en la caridad operosa, mientras mira hacia el encuentro definitivo con su Esposo en la Pascua eterna, intensifica su camino de purificación en el espíritu, para obtener con más abundancia del Misterio de la redención la vida nueva en Cristo Señor (cf. Prefacio I de Cuaresma)….
Nuestro sumergirnos en la muerte y resurrección de Cristo mediante el sacramento del Bautismo, nos impulsa cada día a liberar nuestro corazón del peso de las cosas materiales, de un vínculo egoísta con la «tierra», que nos empobrece y nos impide estar disponibles y abiertos a Dios y al prójimo. En Cristo, Dios se ha revelado como Amor (cf. 1 Jn 4, 7-10).
La Cruz de Cristo, la «palabra de la Cruz» manifiesta el poder salvífico de Dios (cf. 1 Co 1, 18), que se da para levantar al hombre y traerle la salvación: amor en su forma más radical (cf. Enc. Deus caritas est, 12). Mediante las prácticas tradicionales del ayuno, la limosna y la oración, expresiones del compromiso de conversión, la Cuaresma educa a vivir de modo cada vez más radical el amor de Cristo. El ayuno, que puede tener distintas motivaciones, adquiere para el cristiano un significado profundamente religioso: haciendo más pobre nuestra mesa aprendemos a superar el egoísmo para vivir en la lógica del don y del amor; soportando la privación de alguna cosa —y no sólo de lo superfluo— aprendemos a apartar la mirada de nuestro «yo», para descubrir a Alguien a nuestro lado y reconocer a Dios en los rostros de tantos de nuestros hermanos. Para el cristiano el ayuno no tiene nada de intimista, sino que abre mayormente a Dios y a las necesidades de los hombres, y hace que el amor a Dios sea también amor al prójimo (cf. Mc 12, 31).
En nuestro camino también nos encontramos ante la tentación del tener, de la avidez de dinero, que insidia el primado de Dios en nuestra vida. El afán de poseer provoca violencia, prevaricación y muerte; por esto la Iglesia, especialmente en el tiempo cuaresmal, recuerda la práctica de la limosna, es decir, la capacidad de compartir. La idolatría de los bienes, en cambio, no sólo aleja del otro, sino que despoja al hombre, lo hace infeliz, lo engaña, lo defrauda sin realizar lo que promete, porque sitúa las cosas materiales en el lugar de Dios, única fuente de la vida. ¿Cómo comprender la bondad paterna de Dios si el corazón está lleno de uno mismo y de los propios proyectos, con los cuales nos hacemos ilusiones de que podemos asegurar el futuro? La tentación es pensar, como el rico de la parábola: «Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años... Pero Dios le dijo: “¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma”» (Lc 12, 19-20). La práctica de la limosna nos recuerda el primado de Dios y la atención hacia los demás, para redescubrir a nuestro Padre bueno y recibir su misericordia.En todo el período cuaresmal, la Iglesia nos ofrece con particular abundancia la Palabra de Dios. Meditándola e interiorizándola para vivirla diariamente, aprendemos una forma preciosa e insustituible de oración, porque la escucha atenta de Dios, que sigue hablando a nuestro corazón, alimenta el camino de fe que iniciamos en el día del Bautismo. La oración nos permite también adquirir una nueva concepción del tiempo: de hecho, sin la perspectiva de la eternidad y de la trascendencia, simplemente marca
nuestros pasos hacia un horizonte que no tiene futuro. En la oración encontramos, en cambio, tiempo para Dios, para conocer que «sus palabras no pasarán» (cf. Mc 13, 31), para entrar en la íntima comunión con él que «nadie podrá quitarnos» (cf. Jn 16, 22) y que nos abre a la esperanza que no falla, a la vida eterna.
En síntesis, el itinerario cuaresmal, en el cual se nos invita a contemplar el Misterio de la cruz, es «hacerme semejante a él en su muerte» (Flp 3, 10), para llevar a cabo una conversión profunda de nuestra vida: dejarnos transformar por la acción del Espíritu Santo, como san Pablo en el camino de Damasco; orientar con decisión nuestra existencia según la voluntad de Dios; liberarnos de nuestro egoísmo, superando el instinto de dominio sobre los demás y abriéndonos a la caridad de Cristo. El período cuaresmal es el momento favorable para reconocer nuestra debilidad, acoger, con una sincera revisión de vida, la Gracia renovadora del Sacramento de la Penitencia y caminar con decisión hacia Cristo.
Queridos hermanos y hermanas, mediante el encuentro personal con nuestro Redentor y mediante el ayuno, la limosna y la oración, el camino de conversión hacia la Pascua nos lleva a redescubrir nuestro Bautismo. Renovemos en esta Cuaresma la acogida de la Gracia que Dios nos dio en ese momento, para que ilumine y guíe todas nuestras acciones. Lo que el Sacramento significa y realiza estamos llamados a vivirlo cada día siguiendo a Cristo de modo cada vez más generoso y auténtico. Encomendamos nuestro itinerario a la Virgen María, que engendró al Verbo de Dios en la fe y en la carne, para sumergirnos como ella en la muerte y resurrección de su Hijo Jesús y obtener la vida eterna. Benedicto XVI