El 11 de febrero se celebra el día del enfermo. Y cada año, en El Fortín, se convoca a los enfermos y ancianos para reunirse en torno a la Mesa del Señor y agradecer el don de la vida. La vida, aún sometida al sufrimiento y el desgaste de los años, es siempre un regalo y una promesa de eternidad. Por eso es bonito poder compartir el misterio del dolor con sentido pascual: nada se pierde, aunque la morada terrenal se desmorone. Así nos lo recuerda S. Pablo en la carta a los Tesalonicenses.
Cada año, también, con motivo de esta celebración, quienes lo desean, reciben el sacramento de la Unción de los Enfermos y por la fuerza del Espíritu quedan fortalecidos en el cuerpo y en el espíritu, y la esperanza -que no se ve- crece y se desarrolla por la gracia sacramental.
En esta ocasión, se reunieron al redor de cincuenta personas, con ellas el personal médico y sanitario del hospital, algunos integrantes del grupo juvenil y quienes acompañaban el lento caminar de sus seres queridos.
Presidió la Eucaristía nuestro obispo, para quien casi todos los rostros eran conocidos porque con ellos ha compartido muchos trechos del camino… En su homilía, nos remitió a la Virgen Inmaculada, evocando las apariciones en Lourdes y el evangelio de las bodas de Canaán. Agua en la gruta y agua en las tinajas; vino nuevo… renovación y Gracia del Espíritu… ungidos para dar sentido a lo humano, para participar de la Gracia salvadora que es Cristo.
Terminada la Misa, los jóvenes alegraron el ambiente con las últimas dinámicas aprendidas en Oasis; todos disfrutamos de una linda merienda y para los anfitriones hubo regalos-sorpresa… El ambiente acogedor y cálido revelaba que, en medio de tantas situaciones violentas y extremas, quedan gestos de amor para alegrar la vida.
Cada año, también, con motivo de esta celebración, quienes lo desean, reciben el sacramento de la Unción de los Enfermos y por la fuerza del Espíritu quedan fortalecidos en el cuerpo y en el espíritu, y la esperanza -que no se ve- crece y se desarrolla por la gracia sacramental.
En esta ocasión, se reunieron al redor de cincuenta personas, con ellas el personal médico y sanitario del hospital, algunos integrantes del grupo juvenil y quienes acompañaban el lento caminar de sus seres queridos.
Presidió la Eucaristía nuestro obispo, para quien casi todos los rostros eran conocidos porque con ellos ha compartido muchos trechos del camino… En su homilía, nos remitió a la Virgen Inmaculada, evocando las apariciones en Lourdes y el evangelio de las bodas de Canaán. Agua en la gruta y agua en las tinajas; vino nuevo… renovación y Gracia del Espíritu… ungidos para dar sentido a lo humano, para participar de la Gracia salvadora que es Cristo.
Terminada la Misa, los jóvenes alegraron el ambiente con las últimas dinámicas aprendidas en Oasis; todos disfrutamos de una linda merienda y para los anfitriones hubo regalos-sorpresa… El ambiente acogedor y cálido revelaba que, en medio de tantas situaciones violentas y extremas, quedan gestos de amor para alegrar la vida.