En nuestro caminar hacia la Pascua tuvimos la gracia de una experiencia de comunión eclesial. Una vez más pudimos experimentar lo que Jesús nos dijo: Donde dos o tres están reunidos en mi nombre ahí estoy yo.
Ha sido Él que nos animaba a través del mensaje del Sr. Nuncio Apostólico a pronunciar hoy los tres grandes “Si”: Frente a la tentación de desinterés, ofrecer nuestra corresponsabilidad; frente a la división- ofrecer diálogo fraterno; frente al estancamiento comprometernos en una continua conversión.
Como no agradecer al Señor su llamada a todo bautizado de ser su amigo íntimo (discípulo) y su enviado (misionero). Con Él no estamos solos.
Finalmente el Señor nos recordó que la misión comienza por uno mismo y por la casa común que se llama parroquia. En esta familia parroquial debemos acoger los desafíos propios de la zona y responder con todo el entusiasmo así como lo hacen los pequeños misioneros de la Infancia y Adolescencia Misionera en nuestras parroquias.
El desafío común de todas las parroquias es renovar nuestra familiaridad con la Palabra de Dios, nuestro amor a la Eucaristía, signo visible de Cristo entregado y resucitado.
El amor eucarístico si es autentico se refleja en el amor a los pobres y necesitados.
Nos damos cuenta que hoy también sufre El Señor en las familias desintegradas y golpeadas por tantas pobrezas; en nuestros jóvenes desnutridos espiritualmente; su sufrimiento es palpable en tantos hombres y mujeres atropellados por los neo populismos y los neoliberalismos. Estas corrientes no responden a las inquietudes más profundas del ser humano – de una vida en comunión, participativa, igualitaria, libre y abierta a Dios (CELAM, febrero 2010).
El hombre que quiere cambiar el mundo
Hace poco tiempo escuché una parábola que me ha gustado y quiero compartir con Uds. su contenido. Un hombre, ya avanzado en la edad decía: Cuando yo era joven, pensaba que puedo cambiar el mundo. Me di cuenta que eso es muy difícil. Luego me metí en la política, tratando cambiar el país. Tampoco eso me resultó. Luego me casé y me dije: mi familia debe ser diferente de las demás familias, y no lo he logrado.
Ahora que soy viejo me doy cuenta que primero yo debería cambiar, para que cambie mi familia y sea un fermento para las demás familias. Y cuando eso acontezca es posible que cambie el país, y si cambia mi país, entonces puede cambiar el mundo.
¿Qué les parece esta parábola? A mí me recuerda nuestro caminar. Al inicio buscamos como mejorar nuestro Vicariato. Luego la misma pregunta en relación con la zonas. Ahora nos damos cuenta que, si no cambia la parroquia entonces seguimos igual.
¿No les parece que aquí falta algo? Ya en la Asamblea Pastoral dijimos que la raíz de la misión es la conciencia vocacional, que yo me viva y actúe bajo la iniciativa de Dios. Jesús llama a cada uno de nosotros por su nombre. A mi me toca dar la respuesta personal a esta llamada permanente. De la calidad de esta respuesta personal al Señor, surge la conversión permanente.
Cristo Resucitado tanto como ayer también hoy sale al encuentro con los discípulos y las discípulas. Ellos llevan un nombre concreto: En aquél tiempo se llamaban: María Magdalena, Juan, Pedro, Cleofás, Pablo… Hoy se llaman: Aparecida, Marta, Mario, Sonia, Antonio…
Permanecer de rodillas ante Él Señor
Dejémonos encontrar por Él. Hay muchas maneras, pero para mí el signo visible es permanecer de rodillas ante Él. Ahí nos toca Jesús con su amor inmenso, con su pureza infinita, con su Palabra que es luz para nuestros pasos, con su Cuerpo y con su Sangre, con todo su ser. De ahí nos viene el animo para inclinarnos delante nuestros hermanos pobres y enfermos para lavarles los pies como lo hizo Jesús con los discípulos.
Aquí se inicia el cambio personal; aquí esta el secreto para amar la vida comunitaria, la familia, la parroquia, la zona, y toda nuestra Iglesia.
El jubilado cardenal Godfrid Danneels, hasta el mes pasado primado de Bélgica, en su última entrevista dijo: El obstáculo mayor no es la resistencia de la sociedad, o la hostilidad del mundo. El mundo ha sido siempre así. La resistencia mayor es la falta de confianza de quien quiere evangelizar y no tiene confianza en la fuerza propia de la Palabra de Dios
Acerquémonos con confianza en estos días de Pascua al Señor Resucitado y digamos como los primeros testigos: Hemos encontrado a Cristo Resucitado, hemos comido y bebido con Él; hemos tocado sus heridas en las heridas propias y las de nuestros hermanos y Él nos ha curado
Hermanas y Hermanos. Vayamos a nuestras Galileas, a nuestras historias personales, a nuestras familias, a nuestras parroquias, a nuestros hermanos que sufren, ahí Él nos espera, para alimentar nuestra fe con su presencia salvadora. Solamente encontrándonos con Él, sentiremos su invitación: Vayan y hagan de todos los pueblos mis discípulos…
Si lo viviéramos así, entonces podemos decir: ¡Feliz Pascua de Resurrección!
Con saludo fraterno: +Antonio Bonifacio Reimann, OFM
Ha sido Él que nos animaba a través del mensaje del Sr. Nuncio Apostólico a pronunciar hoy los tres grandes “Si”: Frente a la tentación de desinterés, ofrecer nuestra corresponsabilidad; frente a la división- ofrecer diálogo fraterno; frente al estancamiento comprometernos en una continua conversión.
Como no agradecer al Señor su llamada a todo bautizado de ser su amigo íntimo (discípulo) y su enviado (misionero). Con Él no estamos solos.
Finalmente el Señor nos recordó que la misión comienza por uno mismo y por la casa común que se llama parroquia. En esta familia parroquial debemos acoger los desafíos propios de la zona y responder con todo el entusiasmo así como lo hacen los pequeños misioneros de la Infancia y Adolescencia Misionera en nuestras parroquias.
El desafío común de todas las parroquias es renovar nuestra familiaridad con la Palabra de Dios, nuestro amor a la Eucaristía, signo visible de Cristo entregado y resucitado.
El amor eucarístico si es autentico se refleja en el amor a los pobres y necesitados.
Nos damos cuenta que hoy también sufre El Señor en las familias desintegradas y golpeadas por tantas pobrezas; en nuestros jóvenes desnutridos espiritualmente; su sufrimiento es palpable en tantos hombres y mujeres atropellados por los neo populismos y los neoliberalismos. Estas corrientes no responden a las inquietudes más profundas del ser humano – de una vida en comunión, participativa, igualitaria, libre y abierta a Dios (CELAM, febrero 2010).
El hombre que quiere cambiar el mundo
Hace poco tiempo escuché una parábola que me ha gustado y quiero compartir con Uds. su contenido. Un hombre, ya avanzado en la edad decía: Cuando yo era joven, pensaba que puedo cambiar el mundo. Me di cuenta que eso es muy difícil. Luego me metí en la política, tratando cambiar el país. Tampoco eso me resultó. Luego me casé y me dije: mi familia debe ser diferente de las demás familias, y no lo he logrado.
Ahora que soy viejo me doy cuenta que primero yo debería cambiar, para que cambie mi familia y sea un fermento para las demás familias. Y cuando eso acontezca es posible que cambie el país, y si cambia mi país, entonces puede cambiar el mundo.
¿Qué les parece esta parábola? A mí me recuerda nuestro caminar. Al inicio buscamos como mejorar nuestro Vicariato. Luego la misma pregunta en relación con la zonas. Ahora nos damos cuenta que, si no cambia la parroquia entonces seguimos igual.
¿No les parece que aquí falta algo? Ya en la Asamblea Pastoral dijimos que la raíz de la misión es la conciencia vocacional, que yo me viva y actúe bajo la iniciativa de Dios. Jesús llama a cada uno de nosotros por su nombre. A mi me toca dar la respuesta personal a esta llamada permanente. De la calidad de esta respuesta personal al Señor, surge la conversión permanente.
Cristo Resucitado tanto como ayer también hoy sale al encuentro con los discípulos y las discípulas. Ellos llevan un nombre concreto: En aquél tiempo se llamaban: María Magdalena, Juan, Pedro, Cleofás, Pablo… Hoy se llaman: Aparecida, Marta, Mario, Sonia, Antonio…
Permanecer de rodillas ante Él Señor
Dejémonos encontrar por Él. Hay muchas maneras, pero para mí el signo visible es permanecer de rodillas ante Él. Ahí nos toca Jesús con su amor inmenso, con su pureza infinita, con su Palabra que es luz para nuestros pasos, con su Cuerpo y con su Sangre, con todo su ser. De ahí nos viene el animo para inclinarnos delante nuestros hermanos pobres y enfermos para lavarles los pies como lo hizo Jesús con los discípulos.
Aquí se inicia el cambio personal; aquí esta el secreto para amar la vida comunitaria, la familia, la parroquia, la zona, y toda nuestra Iglesia.
El jubilado cardenal Godfrid Danneels, hasta el mes pasado primado de Bélgica, en su última entrevista dijo: El obstáculo mayor no es la resistencia de la sociedad, o la hostilidad del mundo. El mundo ha sido siempre así. La resistencia mayor es la falta de confianza de quien quiere evangelizar y no tiene confianza en la fuerza propia de la Palabra de Dios
Acerquémonos con confianza en estos días de Pascua al Señor Resucitado y digamos como los primeros testigos: Hemos encontrado a Cristo Resucitado, hemos comido y bebido con Él; hemos tocado sus heridas en las heridas propias y las de nuestros hermanos y Él nos ha curado
Hermanas y Hermanos. Vayamos a nuestras Galileas, a nuestras historias personales, a nuestras familias, a nuestras parroquias, a nuestros hermanos que sufren, ahí Él nos espera, para alimentar nuestra fe con su presencia salvadora. Solamente encontrándonos con Él, sentiremos su invitación: Vayan y hagan de todos los pueblos mis discípulos…
Si lo viviéramos así, entonces podemos decir: ¡Feliz Pascua de Resurrección!
Con saludo fraterno: +Antonio Bonifacio Reimann, OFM