Queridas Hermanas y Hermanos. Reciban un saludo fraterno desde la ciudad de Roma donde participé en la clausura del Año Sacerdotal juntamente con el P. Renè Sandoval, párroco de San Ramón. Doy gracias a Dios que nos ha permitido participar en este único evento en la historia de la Iglesia. Más de quince mil sacerdotes reunidos el día 11 de junio, Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, alrededor del altar en la Plaza de San Pedro.
Quiero compartir con Ustedes mis impresiones de esta celebración. Bajo el sol radiante esperamos el ingreso del Papa con el canto de las letanías a todos los santos, intercalado con el “Cristus vincit!, Cristus regnat!, Cristus imperat!”. La fe en la comunión de todos los santos y santas en esta celebración se hacía palpable. Terminado la invocación de todos los santos inició la Santa Misa. La presencia del Santo Padre ha dado un toque especial a esta celebración. Me parecía un tanto inclinado, tal vez cansado por presidir la vigilia de la fiesta. Sin embargo en su homilía no he sentido nada de cansancio, sino un ardor único por anunciar la Palabra del Señor.
La primera lectura de esta mañana tomada del profeta Ezequiel (34, 11- 16) al igual que el Evangelio (Lc. 15, 3-7) nos presentó la preocupación de Dios por sus ovejas. El Papa acogió el salmo 22 como respuesta nuestra a la búsqueda del Buen Pastor a sus ovejas. En las palabras del Papa se había notado una inmensa confianza y gratitud hacia Jesús, eterno sacerdote, que sale también hoy a nuestro encuentro y nos quía cuando pasamos por cañadas oscuras de nuestra existencia. Él se constituye como auténtico bastón en que nos podemos apoyar siempre y también defendernos contra los lobos que dispersan el rebano, contra los falsos profetas.
Sentí muy fuertemente, que el Papa Benedicto XVI es consiente del daño que algunos sacerdotes causaron en los últimos tiempos a los más pequeños por sus actos inmorales. El Papa reiteró su petición de perdón “a Dios y a las personas afectadas y aseguró que se hará todo lo posible para que semejantes abusos no vuelvan a suceder jamás, vigilando más las admisiones al seminario, acompañando aún mas a los sacerdotes en su camino, para que el Señor los proteja y los custodie en las situaciones dolorosas y en los peligros de la vida.
Por otro lado el Papa se refirió a lo sucedido, afirmando que “era de esperar que al enemigo no le gustara que el sacerdocio brillara de nuevo; el hubiera preferido verlo desaparecer, para que al fin Dios fuera arrojado del mundo.
También recordó que el sacerdocio es un don de Dios: "Si el Año Sacerdotal hubiera sido una glorificación de nuestros logros humanos personales, habría sido destruido por estos hechos. Este don se da en vasijas de barro, y a pesar de ello Dios una y otra vez, a través de toda la debilidad humana, hace visible su amor en el mundo... El sacerdocio no es un simple “oficio”, sino un sacramento: Dios se vale de un hombre con sus limitaciones para estar, a través de él, presente entre los hombres y actuar en su favor. Esta audacia de Dios es realmente la mayor grandeza que se oculta en la palabra “sacerdocio”, añadió el Papa.
Al final de la Eucaristía, en actitud de abandono total a Jesús y a su Madre, la Virgen María, le encomendó a todos los sacerdotes con estas palabras: “... Qué tu presencia haga reverdecer el desierto de nuestras soledades y brillar el sol en nuestras tinieblas; haga que torne la calma después de la tempestad; para que todo hombre vea la salvación del Señor, que tiene el nombre y el rostro de Jesús, reflejado en nuestros corazones, unidos para siempre al tuyo”.
Con estas palabras concluyo mi relato de la clausura inolvidable del Ano Sacerdotal. Les agradezco por sus oraciones por mi y por todos los sacerdotes, también la colaboración en sus labores pastorales y en sus afanes de cada día. Qué Jesús, el Buen Pastor les bendiga y acompañe.
Con abrazo grande del P. René y mío les saludo. Hasta luego.
+Antonio Bonifacio Reimann, OFM
Roma, 12 de Junio de 2010, Fiesta del Inmaculado Corazón de María
Quiero compartir con Ustedes mis impresiones de esta celebración. Bajo el sol radiante esperamos el ingreso del Papa con el canto de las letanías a todos los santos, intercalado con el “Cristus vincit!, Cristus regnat!, Cristus imperat!”. La fe en la comunión de todos los santos y santas en esta celebración se hacía palpable. Terminado la invocación de todos los santos inició la Santa Misa. La presencia del Santo Padre ha dado un toque especial a esta celebración. Me parecía un tanto inclinado, tal vez cansado por presidir la vigilia de la fiesta. Sin embargo en su homilía no he sentido nada de cansancio, sino un ardor único por anunciar la Palabra del Señor.
La primera lectura de esta mañana tomada del profeta Ezequiel (34, 11- 16) al igual que el Evangelio (Lc. 15, 3-7) nos presentó la preocupación de Dios por sus ovejas. El Papa acogió el salmo 22 como respuesta nuestra a la búsqueda del Buen Pastor a sus ovejas. En las palabras del Papa se había notado una inmensa confianza y gratitud hacia Jesús, eterno sacerdote, que sale también hoy a nuestro encuentro y nos quía cuando pasamos por cañadas oscuras de nuestra existencia. Él se constituye como auténtico bastón en que nos podemos apoyar siempre y también defendernos contra los lobos que dispersan el rebano, contra los falsos profetas.
Sentí muy fuertemente, que el Papa Benedicto XVI es consiente del daño que algunos sacerdotes causaron en los últimos tiempos a los más pequeños por sus actos inmorales. El Papa reiteró su petición de perdón “a Dios y a las personas afectadas y aseguró que se hará todo lo posible para que semejantes abusos no vuelvan a suceder jamás, vigilando más las admisiones al seminario, acompañando aún mas a los sacerdotes en su camino, para que el Señor los proteja y los custodie en las situaciones dolorosas y en los peligros de la vida.
Por otro lado el Papa se refirió a lo sucedido, afirmando que “era de esperar que al enemigo no le gustara que el sacerdocio brillara de nuevo; el hubiera preferido verlo desaparecer, para que al fin Dios fuera arrojado del mundo.
También recordó que el sacerdocio es un don de Dios: "Si el Año Sacerdotal hubiera sido una glorificación de nuestros logros humanos personales, habría sido destruido por estos hechos. Este don se da en vasijas de barro, y a pesar de ello Dios una y otra vez, a través de toda la debilidad humana, hace visible su amor en el mundo... El sacerdocio no es un simple “oficio”, sino un sacramento: Dios se vale de un hombre con sus limitaciones para estar, a través de él, presente entre los hombres y actuar en su favor. Esta audacia de Dios es realmente la mayor grandeza que se oculta en la palabra “sacerdocio”, añadió el Papa.
Al final de la Eucaristía, en actitud de abandono total a Jesús y a su Madre, la Virgen María, le encomendó a todos los sacerdotes con estas palabras: “... Qué tu presencia haga reverdecer el desierto de nuestras soledades y brillar el sol en nuestras tinieblas; haga que torne la calma después de la tempestad; para que todo hombre vea la salvación del Señor, que tiene el nombre y el rostro de Jesús, reflejado en nuestros corazones, unidos para siempre al tuyo”.
Con estas palabras concluyo mi relato de la clausura inolvidable del Ano Sacerdotal. Les agradezco por sus oraciones por mi y por todos los sacerdotes, también la colaboración en sus labores pastorales y en sus afanes de cada día. Qué Jesús, el Buen Pastor les bendiga y acompañe.
Con abrazo grande del P. René y mío les saludo. Hasta luego.
+Antonio Bonifacio Reimann, OFM
Roma, 12 de Junio de 2010, Fiesta del Inmaculado Corazón de María